lunes, 1 de septiembre de 2014

Responsabilidad de los administradores de sociedades anónimas

Columna “Derecho & Empresa”

¿PARA QUE SIRVEN LAS SOCIEDADES ANONIMAS?

Daniel Montes Delgado (*)

En un artículo del célebre economista Martin Wolf (diario El Comercio, 31 de agosto 2014, suplemento Portafolio, página 8-9), se postula que el comportamiento indebido de muchas sociedades anónimas (y otros tipos de sociedades o personas jurídicas que viabilizan los emprendimientos de las personas), desde la corrupción, pasando por la explotación de los trabajadores o la contaminación ambiental y otras prácticas condenables, se debe en buena cuenta al principio de que la labor de los administradores (gerentes y directores) de esas empresas debe estar orientada a maximizar el valor para el accionista, es decir, a rendirle dividendos o acumular plusvalías que luego puedan transferirse por un mayor valor. Y añade que en tanto los administradores sean recompensados por conseguir estos resultados, el sistema no funcionará como se debe. Y que la solución pasa por entender que las empresas existen para algo más que sacar beneficios mayores y más rápido.

Por supuesto, estamos de acuerdo en que los administradores, en tanto personas, pueden verse tentadas de hacer algo indebido si eso les ayuda a conseguir mejores resultados y por ese camino conseguir para ellos mejores recompensas. Eso es obvio. Pero eso se puede decir no solo de las sociedades y personas jurídicas, sino de cualquier otra persona, como el mecánico de autos que se “inventa” defectos en el auto de su cliente para cobrarle por hacer algo innecesario, o el joyero que rebaja la calidad de la joya que le ordenan confeccionar, etc. La causa de ello no es la naturaleza de la sociedad anónima, sino la naturaleza de las personas, que al menos en mucho tiempo no va a cambiar, dados nuestros condicionamientos evolutivos.

El derecho, que es otra invención humana, ha diseñado soluciones imperfectas (como toda creación humana) para este problema general: se castiga las desviaciones de las conductas deseadas por la sociedad. Si los humanos pueden inclinarse a portarse mal debido a las recompensas que pueden obtener, el derecho pretende lograr lo contrario por la vía de sancionar esa conducta, de modo que al final las personas tengan más temor del castigo que ambición por conseguir la recompensa por medios ilícitos. El sistema no es perfecto, qué duda cabe, pero funciona más o menos bien desde hace muchos siglos y todavía no inventamos nada mejor.

Así, al atribuirle responsabilidades civiles y penales a los administradores de las sociedades, se supone que ellos tendrán más incentivos para portarse bien (evitar el pago de indemnizaciones o evitar la cárcel), que incentivos para no hacerlo (conseguir resultados a cualquier costa). Ese es el verdadero control sobre las personas jurídicas. Asumir que los accionistas o propietarios van a tomar en sus manos el control minucioso de lo que hacen los administradores, partiendo de su concientización de lo que debiera ser una empresa, es utópico. Hacerlos responsables a ellos (los accionistas) tampoco es una solución, desde que nuestra economía moderna se basa en el dinero como medida de las inversiones, los riesgos y los resultados.

El accionista quiere retornos por su inversión y eso está bien. La tarea de lograr que en el camino las empresas que reciben esas inversiones consigan resultados adicionales más allá del mero retorno corresponde a los administradores, pero por la vía de comportarse conforme a las normas que regulan la actividad económica. La prosperidad general, descrita por Wolf como objetivo último de las empresas (debiera decir, de todas las personas), se alcanzará siempre que la mayor parte de las empresas hagan lo debido porque sus administradores lo hagan también, por temor al castigo (siempre y cuando ese castigo llegue y sea ejemplar), no porque los accionistas entiendan que sus empresas deben servir a esa prosperidad general antes que a nada.

El derecho no espera tanto de las personas, por eso castiga antes que premia. Otras ciencias sociales pueden permitirse soñar con mundos mejores a partir de su optimismo en la naturaleza humana, pero el derecho es más bien pesimista al respecto. Pese a ello, el derecho ha logrado avances importantes con su método a lo largo de la historia, o de otro modo no estaríamos aquí, ni se habría generalizado, como lo ha hecho, la idea de que las libertades de las personas son exigibles como derechos (castigando a quienes los vulneran).

(*) Abogado PUCP, MBA Centrum Católica. Montes Delgado – Abogados SAC.

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