Columna “Derecho & Empresa”
EL
MUNDO MODERNO, LA TENTACION POPULISTA Y EL DERECHO
Daniel
Montes Delgado (*)
La sociedad actual, globalizada, mediática,
audiovisual e instantánea, plantea serios retos para la organización de los
Estados y la estructuración de sus sistemas de gobierno y de regulación de las
conductas de los ciudadanos. Desplazadas las luchas ideológicas sustentadas en
el origen del poder a un papel menos relevante, o quizás reemplazadas por otras
luchas ideológicas apoyadas en nuevos temas (ambiente, género, igualdad, etc.),
aunque igualmente vinculadas al poder y la manera de conseguirlo y ejercerlo, asistimos
a un fenómeno interesante pero al mismo tiempo preocupante: el auge del
populismo.
Ya no se trata de que el populismo venga de
sectores ideológicamente ubicados a la izquierda, aunque en buena parte siga
siendo así, al menos en apariencia. Se trata, y seguimos en esto a algunos
autores, de que la mayor parte de los gobiernos de los países del mundo, si no
todos, van cayendo en la tentación del populismo. Y eso se puede explicar,
tentativamente, por la necesidad de parte de las personas o grupos que quieren
alcanzar el poder y mantenerlo, de conseguir el favor y la aprobación de muchos
grupos o sectores de la población que no tienen, ni quieren tener, el tiempo
para esperar a que sus demandas o pretensiones se vean satisfechas. En un mundo
en que la aprobación a los gobiernos se mide con encuestas todo el tiempo, en
que las redes sociales comunican bien o mal toda clase de informaciones sobre
su desempeño y en que el escrutinio de la opinión pública es inmediato e
implacable, casi todos los gobiernos terminan cediendo, unos más que otros, a
los requerimientos de la población en forma inmediata y mediática.
Es como si los gobiernos también estuvieran
afectados por una especie de adicción a los “likes”, de modo que si el
gobernante no percibe la aprobación de la sociedad a cada paso que da, entonces
se angustia porque siente que pierde poder y sobretodo legitimidad. Así,
incluso entre los países más desarrollados, se observa que los gobiernos ceden
a las presiones que les empujan a actuar con un sesgo populista, con tal de
mantener la “aprobación” de sus pueblos. Y, como decíamos, eso lo vemos no solo
en gobiernos de izquierda, sino de derecha, centro y de cualquier parte del
espectro político. Se trata de ofrecerlo todo en campaña, para luego moderar lo
que se pueda y mientras no nos reclamen lo ofrecido de mala manera, y en el
camino, de darse esa exigencia, ceder hasta donde alcance el presupuesto (o la
ley) o incluso más allá.
¿Y cómo afecta esto al derecho, sobre todo al
derecho empresarial? Pues se traduce primero en una exacerbación de las
regulaciones estatales, pues hay que defender a toda clase de minorías y evitar
toda clase de abusos reales o potenciales o simplemente imaginados, de parte
del propio Estado y de las empresas, en particular, que han quedado en medio de
este caos social. En segundo lugar, en una aplicación exagerada de esas mismas normas
regulatorias, por parte de organismos estatales que pretenden contentar a las
tribunas o aparentar eficiencia en la protección de los ciudadanos; o también
puede darse el caso que, al contrario, se relaje la aplicación de las normas y
se permita todo, con tal de no volver impopular al gobierno, sea del nivel que
sea. Un ejemplo de lo primero es la Ley de Protección de la Economía Familiar,
que permite a los padres de familia no pagarle a los colegios donde estudian
sus hijos, casi sin consecuencia alguna, y sin que los menores dejen de
estudiar (y lo mismo con institutos y universidades). Otro ejemplo de lo
segundo es la política del INDECOPI de satanizar a los proveedores de bienes y
servicios y exigir una “idoneidad” que va más allá de lo razonable. Y un
ejemplo de lo tercero es la inacción de las autoridades para combatir a la
informalidad que nos ahoga (informalidad económica, laboral, tributaria, etc.).
Pero además, asistimos a una actividad legislativa
de tipo reactiva, en la que se dictan leyes y reglamentos debido a casos
mediáticos, sin mayor coherencia dentro del sistema legal ni proporción. Así,
se aumentan exageradamente las penas por algunos delitos, por ejemplo. O se
establecen regulaciones absurdas o ineficientes, en la creencia de que las
mismas podrán solucionar casos como los que se ventilan en los medios. Peor aún,
como si esos casos mediáticos fueran la regla, es decir, como si
correspondieran a la generalidad de las cosas. Y en medio de todo ello, las
empresas, que no pueden ejercer las libertades económicas de las que
supuestamente deberían gozar, ni pueden defenderse adecuadamente de
imputaciones que se les hacen asumiendo que son culpables de todo y por todo.
¿A dónde nos llevará esa tendencia populista? No
podemos saberlo todavía, pero las alternativas no se ven favorables, y nuestra
debilidad institucional ayuda mucho a que el futuro se vea más pesimista aun.
Algo tiene que cambiar, esperamos, y pronto.
(*) Abogado PUCP; MBA Centrum Católica. Montes
Delgado – Abogados SAC.
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