Columna “Derecho & Empresa”
CÁRMINA BURANA
Daniel Montes Delgado (*)
“Verdad yace
oprimida/ bajo una bola ardiente,
es ya verdad
podrida/ por corrupción latente,
mientras reos
suplican/ justicia verdadera
y los jueces
indican/ una maldad cualquiera.
Las verdades
arrastras,/ la verdad ya se vende;
en la Curia
hay pilastras/ donde la justicia pende.
Cualquiera la
consigue/ por un cuarto de as,
triste suerte
persigue/ a todos los demás.”
El Cármina
Burana es un conjunto de poemas medievales (s. XIII) que reflejan la
sociedad de su época, con sus virtudes, defectos, bellezas y fealdades. Como se
puede apreciar de esta cita (tomada de la traducción del latín de Carl Orff), en
lo tocante a la corrupción, las cosas no han cambiado mucho. Lo grave del caso
de nuestro país es que hemos de alguna manera normalizado la “inevitabilidad”
de la corrupción, a tal punto que incluso aceptamos sin mayor asombro que las
propias leyes sirvan para las malas artes de algunas personas corruptas.
Una denuncia penal ingresada al Ministerio Público
solo con la intención de causar daño a quien se quiere presionar para que
renuncie a sus derechos, por más que pueda ser evidente esa intención, es
admitida y tramitada, con un conjunto de medidas que pretende ser una seudo
investigación, con plazos que se alargan a más no poder y tomada como
oportunidad de exigir prebendas tanto al denunciante malicioso como al
denunciado torturado por una imputación calumniosa, con el agravante de la
exposición mediática en muchos casos, que de paso sirve para promover la carrera
del falso investigador.
Una patrulla policial que elabora una trampa para
conseguir una falsa captura, operativo o intervención, llevando a prisión a
inocentes solo para conseguir ascensos y además extorsionar a los inculpados.
Una aplicación mal intencionada de las normas por
parte de un fiscalizador municipal, que inventa requisitos para el
funcionamiento de un negocio, como exigir licencia de “cochera” a un hotel
porque tiene espacios de estacionamiento en el frontis de su local, o inventar
una supuesta infracción antigua de dejar material de construcción en la vía
pública, para luego cobrar por aplicar la figura de la prescripción o anular la
papeleta inventada.
Una misma infracción de las normas de protección al
consumidor tramitada por numerosos y supuestos denunciantes independientes,
pero con la finalidad de que se cobren costos procesales por el mismo abogado,
coludido con los funcionarios encargados de fijar esos costos, con el resultado
de una exacción ilegal al empresario denunciado, por montos varias veces
superior a la multa incluso; o la invención de supuestos defectos de los
productos con la misma intención.
Los ejemplos anteriores pueden multiplicarse por
miles, en casi todos los ámbitos de aplicación del Derecho. Asistimos entonces
a un escenario en que no solo debemos soportar la abierta infracción o
violación de las normas civiles, administrativas o penales, sino además a una
aplicación torcida y corrupta de esas mismas normas. Haciendo un paralelo y
salvando las obvias distancias, es como el caso de los extorsionadores de
negocios de algunas zonas, que exigen a los negocios cupos para darles a cambio
“seguridad”.
La extorsión, así como sus derivados y figuras
similares se han extendido en nuestra sociedad de manera insostenible. Lo mismo
ejercen presiones indebidas los controladores aéreos realizando paros
inoportunos y perjudicando a miles de pasajeros, para conseguir más beneficios
“extraordinarios” y limitando el ingreso de más personal para justificarlos;
que los transportistas que dicen “protestar” por la inseguridad y la
delincuencia, pero apelando a las mismas prácticas de dañar bienes privados y
públicos, cortando neumáticos y rompiendo vidrios de otros vehículos, para
exigir “apoyo” a sus bloqueos de vías y paros.
Unido a ello, es generalizada la sempiterna
apropiación de bienes ajenos: ocupación indebida de veredas y calzadas,
construcción sobre linderos de predios ajenos, invasión de terrenos privados o
del Estado, apropiación de zonas de parques y áreas verdes, tráfico de tierras,
entre otras muchas prácticas que ya parecen normales de tanto que se ven a
diario. Y no digamos de la vulneración de normas elementales de ordenamiento
del tráfico vehicular, de las reglas urbanísticas, de la regulación sobre
actividades o bienes riesgosos, etc.
Como se ve, los riesgos legales para las empresas y
personas privadas se han exacerbado y ahora hay que tratar de defenderse de la
delincuencia, del Estado y hasta de los vecinos y cualquier persona con quien
entremos en relación por cualquier motivo. ¿Qué pueden hacer frente a ello las
empresas privadas y las personas que quieren trabajar con tranquilidad y
seguridad? Como el Estado es hasta ahora incapaz de poner orden y aplicar
debidamente la ley, más bien al contrario, se ha convertido en un agente
promotor y protector de la ilegalidad, solo queda defenderse tanto como se
pueda por los medios correctos, sin renunciar a la legalidad, mientras
esperamos que, hastiada nuestra sociedad de sí misma, vengan verdaderos tiempos
de cambio.
(*) Abogado PUCP; MBA Centrum Católica.
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