¿PARA
QUE SIRVEN LAS SOCIEDADES ANONIMAS?
Daniel
Montes Delgado (*)
En un artículo del
célebre economista Martin Wolf (diario El Comercio, 31 de agosto 2014,
suplemento Portafolio, página 8-9), se postula que el comportamiento indebido
de muchas sociedades anónimas (y otros tipos de sociedades o personas jurídicas
que viabilizan los emprendimientos de las personas), desde la corrupción,
pasando por la explotación de los trabajadores o la contaminación ambiental y
otras prácticas condenables, se debe en buena cuenta al principio de que la
labor de los administradores (gerentes y directores) de esas empresas debe
estar orientada a maximizar el valor para el accionista, es decir, a rendirle
dividendos o acumular plusvalías que luego puedan transferirse por un mayor
valor. Y añade que en tanto los administradores sean recompensados por
conseguir estos resultados, el sistema no funcionará como se debe. Y que la solución
pasa por entender que las empresas existen para algo más que sacar beneficios mayores
y más rápido.
Por supuesto, estamos
de acuerdo en que los administradores, en tanto personas, pueden verse tentadas
de hacer algo indebido si eso les ayuda a conseguir mejores resultados y por
ese camino conseguir para ellos mejores recompensas. Eso es obvio. Pero eso se
puede decir no solo de las sociedades y personas jurídicas, sino de cualquier
otra persona, como el mecánico de autos que se “inventa” defectos en el auto de
su cliente para cobrarle por hacer algo innecesario, o el joyero que rebaja la
calidad de la joya que le ordenan confeccionar, etc. La causa de ello no es la
naturaleza de la sociedad anónima, sino la naturaleza de las personas, que al
menos en mucho tiempo no va a cambiar, dados nuestros condicionamientos
evolutivos.
El derecho, que es
otra invención humana, ha diseñado soluciones imperfectas (como toda creación
humana) para este problema general: se castiga las desviaciones de las
conductas deseadas por la sociedad. Si los humanos pueden inclinarse a portarse
mal debido a las recompensas que pueden obtener, el derecho pretende lograr lo
contrario por la vía de sancionar esa conducta, de modo que al final las
personas tengan más temor del castigo que ambición por conseguir la recompensa
por medios ilícitos. El sistema no es perfecto, qué duda cabe, pero funciona
más o menos bien desde hace muchos siglos y todavía no inventamos nada mejor.
Así, al atribuirle
responsabilidades civiles y penales a los administradores de las sociedades, se
supone que ellos tendrán más incentivos para portarse bien (evitar el pago de
indemnizaciones o evitar la cárcel), que incentivos para no hacerlo (conseguir
resultados a cualquier costa). Ese es el verdadero control sobre las personas
jurídicas. Asumir que los accionistas o propietarios van a tomar en sus manos
el control minucioso de lo que hacen los administradores, partiendo de su
concientización de lo que debiera ser una empresa, es utópico. Hacerlos responsables
a ellos (los accionistas) tampoco es una solución, desde que nuestra economía
moderna se basa en el dinero como medida de las inversiones, los riesgos y los
resultados.
El accionista quiere
retornos por su inversión y eso está bien. La tarea de lograr que en el camino
las empresas que reciben esas inversiones consigan resultados adicionales más
allá del mero retorno corresponde a los administradores, pero por la vía de
comportarse conforme a las normas que regulan la actividad económica. La
prosperidad general, descrita por Wolf como objetivo último de las empresas
(debiera decir, de todas las personas), se alcanzará siempre que la mayor parte
de las empresas hagan lo debido porque sus administradores lo hagan también,
por temor al castigo (siempre y cuando ese castigo llegue y sea ejemplar), no
porque los accionistas entiendan que sus empresas deben servir a esa prosperidad
general antes que a nada.
El derecho no espera
tanto de las personas, por eso castiga antes que premia. Otras ciencias
sociales pueden permitirse soñar con mundos mejores a partir de su optimismo en
la naturaleza humana, pero el derecho es más bien pesimista al respecto. Pese a
ello, el derecho ha logrado avances importantes con su método a lo largo de la
historia, o de otro modo no estaríamos aquí, ni se habría generalizado, como lo
ha hecho, la idea de que las libertades de las personas son exigibles como
derechos (castigando a quienes los vulneran).
(*) Abogado PUCP, MBA
Centrum Católica. Montes Delgado – Abogados SAC.
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