PEQUEÑA
EMPRESA Y SUNAT: ENEMIGOS INTIMOS
Daniel
Montes Delgado (*)
Así como en la vida
las personas tienen otras personas con las que les es inevitable convivir y
relacionarse, por mucho que esas relaciones les resulten complicadas y hasta
perjudiciales, a las empresas, en especial a las más pequeñas, les toca
convivir en nuestro país con entidades con las cuales sus relaciones son
tormentosas. Sumado a un sistema jurídico que impone cientos de requisitos,
trámites, permisos, autorizaciones, inspecciones, declaraciones,
comunicaciones, entregas de información, adecuaciones de locales, sobrecostos
laborales, sanitarios, comerciales y demás pesadillas que enfrentan a diario,
las pequeñas empresas deben enfrentar la presión ineludible de la
administración tributaria: SUNAT.
Es un lugar común
decir que el Estado es socio de todas las empresas, por la carga tributaria que
saca de ellas. Pero, el caso es que este socio es muy particular, y hasta
perjudicial para el normal desarrollo de las actividades empresariales. Para
empezar, el socio en cuestión no quiere esperar a que la empresa tenga
utilidades para recién sacar dinero de la empresa, sino que lo quiere antes,
por eso tenemos pagos a cuenta del Impuesto a la Renta y los mecanismos de
recaudación anticipada del IGV: retenciones, detracciones y percepciones;
mecanismos todos que le dan liquidez al Estado pero se la quitan a las
empresas. Aún en los regímenes pensados para las pequeñas empresas (como el RUS
o el RER), las obligaciones representan una carga importante, especialmente en
el RER, que supone pagar el IGV normalmente.
Si solo fuera pagar
los impuestos mencionados, ya sería bastante con las tasas elevadas del IGV y
del Impuesto a la Renta que se aplican en el Perú. Pero el problema se agrava
porque el control y fiscalización de SUNAT hace que las tasas nominales se
eleven en la práctica. Si al 18% del IGV le sumamos todo lo que las empresas
fiscalizadas deben pagar por reparos a sus ventas y compras, así como los
intereses y multas, ese porcentaje puede subir a 21% o 24% efectivo, incluyendo
aquellas regulaciones que, sin necesidad de fiscalización, ya están
incorporadas en las leyes y el contribuyente debe “autorepararse”, como la
imposibilidad de usar el crédito fiscal de una factura de compra no bancarizada
debidamente o con una detracción también defectuosa. Y en el caso del Impuesto
a la Renta pasa lo mismo, con las limitaciones a la deducción de gastos
laborales, de pérdidas por delitos contra la empresa, de representación, de
vehículos, de mermas y desmedros y muchos otros más que elevan la tasa efectiva
del impuesto de 30% a 35% o hasta 40% de la utilidad real.
Por si eso fuera poco,
junto a esas obligaciones sustanciales, la cantidad de obligaciones formales,
relacionadas con la inscripción en el RUC y modificación de datos, de emisión
de comprobantes de pago y guías de remisión, de declaraciones juradas
determinativas de impuestos o meramente informativas, libros y registros
contables y demás, que muchas veces son regulaciones complicadas, engorrosas,
oscuras o contradictorias, agobian a los empresarios, no solo porque deben
dedicar tiempo, esfuerzo y dinero a tener a parte de su personal dedicado a
ello, sino porque cualquier error se paga con multas muy elevadas.
Por último, los
actuales mecanismos de fiscalización que está usando SUNAT, como las famosas
“verificaciones de escritorio” en que el contribuyente es citado a ir con todos
sus documentos a una revisión relámpago, los cruces de información, las
verificaciones de obligaciones formales y demás, están orientadas no a detectar
verdaderos mecanismos de evasión, sino a pillar al empresario en falta por una
de las muchas obligaciones formales para poder aplicarle una multa, o exigirle
reintegros de impuestos indebidos o exagerados. Con un socio así, el empresario
necesita una paciencia infinita, sangre fría, reflejos de ardilla, asesoría
precisa sobre sus derechos y cómo protegerlos, así como información, mucha
información. Este socio es complicado, pero muchas veces hay formas de ponerle
límites, aunque no parezca en un principio. Así que convivir con el enemigo es
un arte, en el que los empresarios peruanos se han ido volviendo expertos a
fuerza de golpes.
(*) Abogado PUCP, MBA
Centrum Católica. Montes Delgado – Abogados SAC.
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